ENFERMO DE AMOR
Aún
guardo en mi memoria aquel recuerdo de hace más de 20 años, cuando en un día
normal de rutina laboral, atendiendo al público y archivando documentos, conocí
a un hombre al que presté especial atención al notar su mirada e interés por
observarme a cada momento.
Para
mí era obvio, no se atrevía a dirigirme la palabra y supuse que era
tímido. Un día sin previo aviso recibí
un ramo de rosas con dedicatoria, que con el pasar de los días se convirtió en
mucho más: ositos de peluche, seguidos
de constantes llamadas telefónicas donde aquella persona me invitaba a
conocernos. Según él teníamos varias
cosas en común.
Los
días pasaban y a la par que nos conocíamos, entre muchas cosas, me contó algo
que me puso en suspenso: Era casado, pero con “planes de divorcio a corto
plazo”, ¡típico! Aún y con todo eso, aquel hombre siempre supo comportarse como
un verdadero caballero, romántico, gentil y sobre todo, debo agregar que las
flores y obsequios nunca faltaron en mi casa y oficina.
¿Qué
puedo decir? Yo estaba encantada con esa situación, feliz de la vida. Después de varias citas –en las que además
tuve la oportunidad de conocer a sus hijos- nos hicimos pareja. Un día en mi etapa de noviazgo con él,
siempre era de grandes detalles, flores y más flores, llamadas románticas y
antojos que con sólo mencionar él me cumplía a la brevedad, sin necesidad de
pedírselo, tan es así que mis compañeros y amigos comenzaron a preocuparse al
darse cuenta que, en exageración, mi novio no titubeaba en complacerme y estar
“encima” de mí a toda hora.
Como
era de esperarse, yo no me daba cuenta de aquella atención desmedida de mi
pareja. E ningún momento de mi relación
había tomado en cuenta los consejos de mis seres queridos, entre ellos mi
madre, quien comenzaba a incomodarse por la forma exagerada en las que me
buscaba y consentía.
Una
noche en la que estaba pensando esto y aquello, decidí actuar y dejarle saber a mi pareja lo que pasaba por
mi cabeza, ya que comencé a experimentar sentimientos negativos acerca de
nuestra relación queme ahogaban y no me dejaban ser feliz.
Así
fue, a la mañana siguiente decidí reunirme con él, y cuando le pedí espacio en
nuestra relación su cara se desfiguró, se puso muy violento y me dijo cosas
fatales que jamás olvidaré. Tuve muchos
problemas a causa de mi novio; me amenazaba, hablaba muy mal de mí, y me hacía
quedar mal delante de terceras personas.
Mis compañeros de trabajo me apoyaban en la medida de lo posible, pero
nada mejoraba. Llegué hasta el punto
incluso de acudir a la justicia para demandarlo por acoso, pero sólo sirvió
para que los agentes se burlaran de mí; nada parecía funcionar.
Con
la ayuda de amistades expertas en leyes y un abogado proporcionado por mi jefe
pude solucionar gran parte del problema, el cual me había ocasionado una mala
condición de salud y estragos en mi vida personal. Con permiso en mi trabajo
salí de vacaciones, con el fin de olvidar el trago amargo que ese hombre me
había hecho pasar, y cuando volví, después de reflexionar la situación, el
problema parecía haber terminado y mi vida comenzaba a seguir su rumbo con
normalidad, me sentí liberada.
Después
de un tiempo, ocho años para ser exactos, la vida me lo seguía poniendo en el camino –está por
demás decir que mi actitud hacia él era indiferente- y aún cuando él quería
acercarse a mí, yo no lo permitía.
Finalmente, en una de tantas ocasiones que nos cruzábamos decidí
enfrentarlo y preguntarle el por qué lo encontraba demasiadas veces muy cerca
de mi trabajo, lo cual causaba en mí, cierta incertidumbre.
Cuál
fue mi sorpresa cuando escuché a aquella persona pedirme perdón. Era como si aquel loco y sicópata hubiera
reaccionado y se hubiera dado cuenta de todo el mal que me causó, tenía gran
remordimiento y mi única respuesta fue: “Aquello que pasó entre nosotros es
historia, todo el daño que creíste haberme hecho sólo me convirtió en una
persona más fuerte”. Le hice saber que
estoy mejor que antes, al mismo tiempo que me daba media vuelta y me alejaba de
él. La odisea había terminado al
fin. La vida da muchas vueltas, aún y
con todo eso no le deseo mal.
Autor: El Debate de Culiacán.
Vivencias de Javier
(Los Mochis, Sinaloa)