El vuelo del alma.
Cuántas veces nos hemos puesto a pensar, qué hermoso sería si sucedieran aquí y ahora, todas las cosas que más deseamos en la vida ¿verdad?, pero cuántas veces también, dejamos volar nuestros pensamientos hacia la inmortalidad de todos los sueños posibles que nuestra mente, abrazada al corazón pueden crear en perfecta comunión con la esperanza, la fe, la voluntad y el poder de la palabra ostra.
Es justo entonces, hacer silencio en los labios, cuando se quiere pensar en voz alta y brindar al alma, su derecho a la libertad por un sentir mejor y un amor más claro. Pero es obvio que la mayoría de las veces, ni el pensamiento ni el corazón se quieren poner de acuerdo, y la humana personalidad se vuelve un caos dentro del alma, proyectando pensamientos y sentimientos encontrados, confusos, o delirantes y por demás fuera de control, de orden, de lugar y tiempo.
Sin embargo, es grato acariciar la posibilidad que se niega a renunciar a la esperanza de aprender a volar, incluso sin tener alas: Volar con nuestros sueños, ilusiones y quimeras, volar sobre las alas de la imaginación dirigida, sin permitir que ésta se convierta en una necia fantasía, volar sobre la alfombra de los caminos más estelares, y sin pecar de vanidad, ¿por qué no? también volar por las veredas más celestiales de nuestro Ser Interior Profundo.
Busear sí; en las profundas aguas del alma, donde cantos de sirenas atraen majestuosos, hacia el fondo del océano mismo encantado, misterios de la vida y la muerte que nos son desconocidos y a los que tanto les tememos por cierto. ¿Pero por qué temer a lo desconocido?, ¿Porqué aferrarnos tanto a lo que nos resulta ya bastante conocido?
Escarchas de adoración y gloria en el vidrio de mis ojos, son el llanto sublime de un nuevo amanecer a la luz. Destellos de iluminación en la alegría secreta, inundan los ríos de la inmortalidad de mi ser y mi alma, tan distinta e indistinta a las almas de aquellas mujeres que han muerto en la esperanza de su propio sentir en soledad.
Pero bendita es la soledad del alma que vuela en pos de su propia luz, o de su propio existir, aunque sepa que más allá del sol, ya no habrá más estrellas, ni cantos heraldos, ni aromas de magnolias, ni margaritas silvestres, ni selvas ni bosques a la vera de caminos… Porque ¡No hay más caminos!... Porque cuando el alma vuela, por sí misma construye su propio sendero.
Cariños siempre,
Doral.
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