¿Verdad o Sueño?
Tocaba el sol mi cara indicando el amanecer, estaba tendido en la cima de un monte sobre un pastizal; sobresaltado me preguntaba: ¿Dónde estoy?, ¿Qué hago yo aquí?, ¿Qué está pasando?. Ya de pie miré cerros y montes nebulosos, tallé un poco los ojos para despejarme, y con la vista un poco más clara logré divisar una casa pequeña a lo lejos. En mi incetidumbre busqué aclarar mi mente, tomé un fresco respiro y concentré la atención, ¡Por fin concreto una idea!, decidí ir a esa casa con la esperanza de que tal vez allí, alguien, pudiera resolver mis dudas.
Mientras caminaba comencé a recordar lo que había hecho en los días anteriores. Lo último que recordaba era que estaba comiendo acompañado por mi novia, una de esas invenciones asiática con añadiduras mexicanas, un rollo extendido de arroz, empanizado por fuera; tenía tanta hambre que me hubiera comido cualquier cosa.
A medida que avanzaba en aquella que parecía una corta caminata, el camino se tornaba cada vez más largo y extenuante; poco después sin darme cuenta llegué a un pasaje empedrado algo inclinado, difícil de andar; pero nada que mi experiencia como nómada urbano no me haya preparado para enfrentar. Recordé el tiempo en que hacía excursiones con mis amigos, todos tan similares y tan distintos en esencia. Pasábamos horas caminando por la ciudad, las distancias, por largas que fueran, no nos fatigaban mientras estuviéramos juntos. Esas leales compañías de la adolescencia que ven historias cómicas en nuestras desgracias y en contienda interminable contra las mujeres, causa de nuestros lamentos y desamores -jajá- que imágenes tan vívidas, pero en serio tan vívidas, que sin darme cuenta perdí el andar y tropecé con un camino inestable, en el que sucumbí a la gravedad y a la inclinación. Rodé colina abajo durante largo tramo y me detuve en unos arbustos secos -"¡su fregada madre!"- exclamé, pero mi voz sólo hizo eco en el vacío del pasaje ahora más tétrico y oscuro.
Angustiado por mi situación traté de seguir pensando cosas agradables, pero todo fue inútil, los estragos de la caída lo impedían; la ropa rasgada, las palmas de mis manos con las que había intentado sujetarme durante la caída estaban cortadas. No podía ver; la sangre escurría por mi cara, manchaba el suelo, me hacía caer en cuenta del posible estado de mi rostro. Pero no sentía nada, ¿nada?, ¿porqué?, me preguntaba; además, para qué quejarme, el dolor más profundo provenía de la soledad y desconcierto en el que me encontraba.
Lo acontecido no tenía valor, si nadie escuchaba mis quejas; esas a las que toda mi vida he acudido para hacer ver mi punto de vista, mi sentir, mi sufrir, mi saber... "Déjate de pendejadas y mueve tus piernas que ya oscureció", -me decía en voz alta-. A lo alto se divisaba algo poco común, un espléndido eclipse lunar con su rojizo característico que sucede cuando la luz es refractada por la atmósfera de la tierra.
Continué por un nuevo camino, distinto, misterioso. Pensaba: ¿Qué tan alejado estaré ahora de mi meta?, por lo que apresuré el paso en lo posible. La noche caía y mis pies parecían entrar en huelga, entonces percibí un olor agradable y muy familiar, traté de identificarlo, ¿fresas?, ¿perfume?, no podía detectar qué era, pero entonces recordé que ese aroma tan divino sólo lo podía emitir una persona en este mundo: ¡Mi amor!, y como si hubiera tomado una bebida energética mis piernas se reativaron, cobraron nuevos bríos.
En ese abrir y cerrar de ojos me encontraba frente a aquella casita que divisé por la mañana, sentí como si apenas hubieran pasado unos minutos, empeñé mis fuerzas en acercarme, pero algo más comencé a percibir: ¿voces?, sí; voces extrañas que a su vez resultaban conocidas, y un olor fresco y especial se esparcía desde el interior de la casa. Me dije: "ya está, entraré", al abrir la puerta, una luz me cegó y abrumó todos los sentidos.
Sentí un tremendo dolor y grité: -¡Ahhhh!- sin embargo, el sonido no salió de mi boca, fue un suspiro largo sin ruido. Veo doctores, una mujer, bisturís, lámparas y una serie de utensilios de medicina; qué alivio sentí por un momento, no estaba solo, estaba enfermo, ¿qué pasó?, ¿algún desmayo?, ¿acaso tropecé?, no lo sé. Empiezo a recordar; salí del antro, y luego una fiesta congestionada, bebo con mis amigos, ¡Sí, seguramente me pasé de copas y todos pensaron que me había desmayado o había perdido el equilibrio por mi estado!, pero eso no era lo que mis ojos parecían indicar ¿Es sangre lo que veo?, mis manos están rasgadas tal cual las veía en aquel paisaje rural, intento apoyarme y los doctores me detienen, escucho una voz: "Despierta, abre los ojos" no entiendo ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué no me puedo poner de pie?, ¿Por qué mis ojos pesan tanto?, entonces, en un esfuerzo sin precedentes vuelvo mi cara a mi parte inferior y algo falta, ¿¡Qué!?, ¡No tengo piernas!... -¡¡NOOO!!- Mi voz débil no tiene la fuerza para exclamar mi dolor, entonces veo manchas, mi vista se nubla, la tinta roja cubre mi visión y no siento... no siento... ¡No siento nada!
-¡¡¡AY CABRON!!!- levanto mi rostro; veo mi cuarto, la luz pasa por las persianas, son las 8:02 A.M. en mi despertador, el calendario indica domingo, 14 de Febrero del año 2010, invadido por un jadeo constante, sudo torrencialmente y veo caer lágrimas de mis ojos, entonces pienso: "Gracias Dios mío, no vuelvo a conducir tomado".
Autor:
Psic. Eduardo Bastidas Buelna.
Egresado de la Facultad de Psicología de la UAS.
Publicado en "Personae" Revista No. 4
Gaceta de la Facultad.
Mientras caminaba comencé a recordar lo que había hecho en los días anteriores. Lo último que recordaba era que estaba comiendo acompañado por mi novia, una de esas invenciones asiática con añadiduras mexicanas, un rollo extendido de arroz, empanizado por fuera; tenía tanta hambre que me hubiera comido cualquier cosa.
A medida que avanzaba en aquella que parecía una corta caminata, el camino se tornaba cada vez más largo y extenuante; poco después sin darme cuenta llegué a un pasaje empedrado algo inclinado, difícil de andar; pero nada que mi experiencia como nómada urbano no me haya preparado para enfrentar. Recordé el tiempo en que hacía excursiones con mis amigos, todos tan similares y tan distintos en esencia. Pasábamos horas caminando por la ciudad, las distancias, por largas que fueran, no nos fatigaban mientras estuviéramos juntos. Esas leales compañías de la adolescencia que ven historias cómicas en nuestras desgracias y en contienda interminable contra las mujeres, causa de nuestros lamentos y desamores -jajá- que imágenes tan vívidas, pero en serio tan vívidas, que sin darme cuenta perdí el andar y tropecé con un camino inestable, en el que sucumbí a la gravedad y a la inclinación. Rodé colina abajo durante largo tramo y me detuve en unos arbustos secos -"¡su fregada madre!"- exclamé, pero mi voz sólo hizo eco en el vacío del pasaje ahora más tétrico y oscuro.
Angustiado por mi situación traté de seguir pensando cosas agradables, pero todo fue inútil, los estragos de la caída lo impedían; la ropa rasgada, las palmas de mis manos con las que había intentado sujetarme durante la caída estaban cortadas. No podía ver; la sangre escurría por mi cara, manchaba el suelo, me hacía caer en cuenta del posible estado de mi rostro. Pero no sentía nada, ¿nada?, ¿porqué?, me preguntaba; además, para qué quejarme, el dolor más profundo provenía de la soledad y desconcierto en el que me encontraba.
Lo acontecido no tenía valor, si nadie escuchaba mis quejas; esas a las que toda mi vida he acudido para hacer ver mi punto de vista, mi sentir, mi sufrir, mi saber... "Déjate de pendejadas y mueve tus piernas que ya oscureció", -me decía en voz alta-. A lo alto se divisaba algo poco común, un espléndido eclipse lunar con su rojizo característico que sucede cuando la luz es refractada por la atmósfera de la tierra.
Continué por un nuevo camino, distinto, misterioso. Pensaba: ¿Qué tan alejado estaré ahora de mi meta?, por lo que apresuré el paso en lo posible. La noche caía y mis pies parecían entrar en huelga, entonces percibí un olor agradable y muy familiar, traté de identificarlo, ¿fresas?, ¿perfume?, no podía detectar qué era, pero entonces recordé que ese aroma tan divino sólo lo podía emitir una persona en este mundo: ¡Mi amor!, y como si hubiera tomado una bebida energética mis piernas se reativaron, cobraron nuevos bríos.
En ese abrir y cerrar de ojos me encontraba frente a aquella casita que divisé por la mañana, sentí como si apenas hubieran pasado unos minutos, empeñé mis fuerzas en acercarme, pero algo más comencé a percibir: ¿voces?, sí; voces extrañas que a su vez resultaban conocidas, y un olor fresco y especial se esparcía desde el interior de la casa. Me dije: "ya está, entraré", al abrir la puerta, una luz me cegó y abrumó todos los sentidos.
Sentí un tremendo dolor y grité: -¡Ahhhh!- sin embargo, el sonido no salió de mi boca, fue un suspiro largo sin ruido. Veo doctores, una mujer, bisturís, lámparas y una serie de utensilios de medicina; qué alivio sentí por un momento, no estaba solo, estaba enfermo, ¿qué pasó?, ¿algún desmayo?, ¿acaso tropecé?, no lo sé. Empiezo a recordar; salí del antro, y luego una fiesta congestionada, bebo con mis amigos, ¡Sí, seguramente me pasé de copas y todos pensaron que me había desmayado o había perdido el equilibrio por mi estado!, pero eso no era lo que mis ojos parecían indicar ¿Es sangre lo que veo?, mis manos están rasgadas tal cual las veía en aquel paisaje rural, intento apoyarme y los doctores me detienen, escucho una voz: "Despierta, abre los ojos" no entiendo ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué no me puedo poner de pie?, ¿Por qué mis ojos pesan tanto?, entonces, en un esfuerzo sin precedentes vuelvo mi cara a mi parte inferior y algo falta, ¿¡Qué!?, ¡No tengo piernas!... -¡¡NOOO!!- Mi voz débil no tiene la fuerza para exclamar mi dolor, entonces veo manchas, mi vista se nubla, la tinta roja cubre mi visión y no siento... no siento... ¡No siento nada!
-¡¡¡AY CABRON!!!- levanto mi rostro; veo mi cuarto, la luz pasa por las persianas, son las 8:02 A.M. en mi despertador, el calendario indica domingo, 14 de Febrero del año 2010, invadido por un jadeo constante, sudo torrencialmente y veo caer lágrimas de mis ojos, entonces pienso: "Gracias Dios mío, no vuelvo a conducir tomado".
Autor:
Psic. Eduardo Bastidas Buelna.
Egresado de la Facultad de Psicología de la UAS.
Publicado en "Personae" Revista No. 4
Gaceta de la Facultad.
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