¡Mejor sola, que mal acompañada!
Qué pobreza de espíritu parece tener la idea de querer luchar por algo, o por alguien que por derecho civil, legal y humano no nos pertenece.
Nos referimos enfáticamente a la “búsqueda” en que viven aquellas personas que tienen ya establecidas sus vidas con un hogar, una familia, unos hijos y una relación matrimonial legítimamente constituida, pero que les fue mal en su relación y decidieron separarse.
Cuando existe una separación matrimonial, tanto el hombre como la mujer, se sienten liberados de ese compromiso, liberados de esa promesa eterna que un día hicieron frente a un altar: La de amar, respetar y proteger al otro hasta que la muerte los separe. Ambos se sienten felices de abandonar el claustro en el que se veían ahogados, asfixiados por tener que compartir un techo, una cama y una mesa con alguien que no era “el amor de su vida” como se había creído.
Se tomó la decisión de una separación y cada uno se fue por su lado, aquí la relación ha quedado abiertamente fracturada, y comúnmente es la mujer quien se queda con la casa y los hijos, pero en otras circunstancias es el hombre quien se defiende y lucha por lograr la patria potestad de los hijos, y a veces lo logra, dependiendo de las circunstancias y causas que generaron la separación.
Todo hasta allí está bien, cualquier persona razonable y con sentido común, tiene todo el derecho del mundo de reconocer sus errores y enmendarlos, tiene derecho de tomar sus propias decisiones, pero que no lastimen ni afecten a terceras personas que nada tienen que ver, habría que tener mucho cuidado al respecto.
Algunos señores dicen: “Pues ni modo, me casé con doña tiene razón” pero lo que se les olvida a estos señores es el segundo apellido de la señora que es: “siempre”. Y si “ellas” tienen siempre la razón, a veces se quedan también con la casa, con los hijos, con el coche, con los bienes inmuebles y hasta con las cuentas bancarias, ¿qué remedio? Es el precio para dejarnos ir –concluyen estos señores-
Pero la cosa no termina allí; ahora viene lo más triste: El hombre separado se siente totalmente desligado de todo compromiso con la mujer, liberado del yugo que representaba para él su casa y liberado de cierta manera hasta de los pobres hijos confundidos, que no hayan ni qué pensar, ni qué hacer, ni con quien irse o quedarse, o viceversa.
La mujer separada empieza su nueva vida a su manera y el hombre también. Se han separado y empiezan una nueva búsqueda de su ideal. Un día surge el encuentro, se identifican, les agrada, le gusta y la nueva persona llena todo su perfil y se tiran a matar por ella, olvidándose de un detalle muy importante: QUE SIGUEN CASADOS CON SU ANTERIOR PAREJA.
El hecho de vivir en una separación matrimonial, no indica que ya están listos para rehacer su vida sentimental con absoluta libertad con su nueva pareja y en un nuevo hogar. Pueden, pero no deben hacerlo todavía, en tanto no concluya definitivamente su divorcio de manera formal ante el código civil con todo su protocolo de leyes terrenales, porque de cierto os digo, que quien no ha aprendido a respetar las leyes terrenales, tampoco está preparado para respetar las leyes divinas que son las rigen todas las emociones y normas éticas del corazón humano.
La unión libre en este caso, se convierte en una transgresión moral, en una falta de ética y falta de respeto a la persona amada. Pues el no poder darle su lugar que le corresponde ante la sociedad y ante la familia (que también es toda una institución), la coloca en el papel de “querida”, de “amante gratis”, o de “plato de segunda mesa”, que para el caso, equivale a lo mismo, y para “juntarse” a vivir "así nomás" con alguien, pues como que no procede ni corresponde para una persona que se supone tiene preparación, razonamiento, sentimientos y valores. Para juntarse a vivir con alguien sin ningún acuerdo formal, pacto o compromiso legal, lo puede hacer cualquiera, y hasta los animales. qué feo suena tener que decirlo así ¿verdad?. Eso es todo.
Con mis respetos y cariño siempre,
Doral.
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