La Navidad de los Pobres
Amigas queridas: Echemos hoy una mirada a la navidad de los hogares humildes, esto como un fenómeno social. Y para empezar, es preciso señalar dos cosas importantes: La actitud y la fe.
La actitud implica a su vez, otras dos cosas no menos importantes que son: El valor y la esperanza, y yo me pregunto: ¿Qué es el valor, frente a la espera en la fe?
La fe mueve montañas –dicen- pero también mueve corazones cuando hay valor, prudencia y esperanza, pues cuando hay esperanza y fe en el corazón, el corazón humano lo tiene todo en su esperanza.
Todo esto puede sonar muy metafórico ¿verdad?, ¡Pues no!, no es metafórico, sino una meta eufórica que el corazón humilde tiene en la actitud positivista de cada navidad que se recibe en los hogares “pobres”, económicamente hablando.
Un hogar distinto a los otros, un hogar donde no hay elegantes chimeneas encendidas y decoradas con abundante licopodio verde, mucha escarchita plateando las paredes, flores de noche buena y las clásicas botas de San Nicolás confeccionadas con el más caro de los fieltros y peluche de primera calidad que se pudo encontrar.
Un hogar donde no hay cincuenta mil lucesitas de todos los colores y hasta con fondo música para adornar los jardines y la casa ¡no!, allí sólo hay una sola luz encendida… ¡La luz de la fe!, ah… y si acaso, también la pequeñita llama de la lámpara vieja (de petróleo), de la abuela, que la familia tuvo que acercar al “divino arbolito navideño” confeccionado en casa con ramas secas traídas del arrollo, pero ay… ¡Con cuánta ilusión toda la familia junta lo vistieron con pedacitos de algodón, y cuando este quedó hermosamente forrado, se le colgaron globos inflados.
Esos globos pequeños que fueron rezagados u olvidados en un platón copeteado de dátiles endulzados, tejocotes, melocotones, biznagas enmieladas melocotones en almíbar y cantidad de dulces finos, de la fiesta del “Patrón” donde trabaja el papá.
Un hogar donde no habrá seguramente regalos elegantes, ni villancicos, ni nacimiento perfumado con heno fresco, ni un niño Dios de oropel doblado entre pajas bañadas con diamantinas doradas y figuritas de porcelana exportada, para simbolizar al Señor San José, a la Virgen María, a los borreguitos y los bueyes, a los demás animalitos y por supuesto, ¡a los reyes magos, guiándose por la estrella de Belén!.
Un hogar donde no habrá viandas comestibles de pipa y guante, ni una mesa elegantemente dispuesta con un mantel bordado con lentejuelas, chaquiras, hilos de seda y gotas de cristal. No habrá harpas ni violines confeccionados con migajón en las escaleras de la casa, porque no hay ni escaleras ¡jo!, qué ironía tener que decirlo así.
Sólo habrá (eso sí), tal vez un par de charolitas de plástico con “buñuelitos” crujientes de la tía consentidora que desde temprano se irá a la tiendita de la esquina para comprar un kilo de harina, un par de piloncillos, canela y clavo de olor para preparar el sabroso caldito dulce (jugo de los buñuelos), ¡Mh qué exquisito manjar!... ¡Aunque tampoco haya vajillas de plata para servirlos, ni cucharas (mínimo), de latón pulido con figuritas de Santa Claus, en una mesa decorada con alto y refinado protocolo.
La navidad de los pobres llegará quizá de manera distinta para cada hogar. Diferente a la forma como entra a la casa de los “ricos”, donde sobra de todo y hasta lo tiran otro día en costalitos para la basura. ¡Lo tiran!... porque hay que traer más para festejar el año nuevo.
En fin… veamos amigas queridas, qué curioso es todo esto: mientras que en los hogares humildes no hay chimeneas, no importa, todos se abrazan para generar el calor humano. No hay un menú sofisticado para la cena de navidad, pero esos buñuelitos de la tía consentidora no serán olvidados nunca.
No habrá regalos costosos envueltos en papel brilloso, ni moños de ceramida de fuertes olores a perfume caro, pero habrá un rico y calientito suéter humilde o un par de calcetines que papá y mamá fueron a comprar en el cajón de ofertas de un supermercado, y llevarlos a escondidas al hogar para que sea una linda sorpresa para cada uno.
En los hogares humildes, la navidad cobra otro sentido: ¡El sentido de la vida! Y el verdadero nacimiento cobra amor y razón en el corazón de luz, aderezado con la fe en Dios.
Por lo tanto, amiga lectora: Valora junto con los tuyos, lo que tienes para esta navidad. Recuerda que en este mundo hay miles de niños humildes como Jesús de Nazareth. Ellos tienen hambre, tienen frío, tienen carencias de tantas cosas lindas que a ti te sobran ¡Regálaselas!, para ellos serán de oro, has feliz el corazón de un niño en esta navidad. O has algo mejor: Dona con amor, lo que no te sobra, y seguro el mérito será de doble valor y doblemente recompensado en tu propio corazón de paz, de fe y de abundante dicha y prosperidad.
¡Feliz Navidad; es todo lo que importa!
Doral.
La actitud implica a su vez, otras dos cosas no menos importantes que son: El valor y la esperanza, y yo me pregunto: ¿Qué es el valor, frente a la espera en la fe?
La fe mueve montañas –dicen- pero también mueve corazones cuando hay valor, prudencia y esperanza, pues cuando hay esperanza y fe en el corazón, el corazón humano lo tiene todo en su esperanza.
Todo esto puede sonar muy metafórico ¿verdad?, ¡Pues no!, no es metafórico, sino una meta eufórica que el corazón humilde tiene en la actitud positivista de cada navidad que se recibe en los hogares “pobres”, económicamente hablando.
Un hogar distinto a los otros, un hogar donde no hay elegantes chimeneas encendidas y decoradas con abundante licopodio verde, mucha escarchita plateando las paredes, flores de noche buena y las clásicas botas de San Nicolás confeccionadas con el más caro de los fieltros y peluche de primera calidad que se pudo encontrar.
Un hogar donde no hay cincuenta mil lucesitas de todos los colores y hasta con fondo música para adornar los jardines y la casa ¡no!, allí sólo hay una sola luz encendida… ¡La luz de la fe!, ah… y si acaso, también la pequeñita llama de la lámpara vieja (de petróleo), de la abuela, que la familia tuvo que acercar al “divino arbolito navideño” confeccionado en casa con ramas secas traídas del arrollo, pero ay… ¡Con cuánta ilusión toda la familia junta lo vistieron con pedacitos de algodón, y cuando este quedó hermosamente forrado, se le colgaron globos inflados.
Esos globos pequeños que fueron rezagados u olvidados en un platón copeteado de dátiles endulzados, tejocotes, melocotones, biznagas enmieladas melocotones en almíbar y cantidad de dulces finos, de la fiesta del “Patrón” donde trabaja el papá.
Un hogar donde no habrá seguramente regalos elegantes, ni villancicos, ni nacimiento perfumado con heno fresco, ni un niño Dios de oropel doblado entre pajas bañadas con diamantinas doradas y figuritas de porcelana exportada, para simbolizar al Señor San José, a la Virgen María, a los borreguitos y los bueyes, a los demás animalitos y por supuesto, ¡a los reyes magos, guiándose por la estrella de Belén!.
Un hogar donde no habrá viandas comestibles de pipa y guante, ni una mesa elegantemente dispuesta con un mantel bordado con lentejuelas, chaquiras, hilos de seda y gotas de cristal. No habrá harpas ni violines confeccionados con migajón en las escaleras de la casa, porque no hay ni escaleras ¡jo!, qué ironía tener que decirlo así.
Sólo habrá (eso sí), tal vez un par de charolitas de plástico con “buñuelitos” crujientes de la tía consentidora que desde temprano se irá a la tiendita de la esquina para comprar un kilo de harina, un par de piloncillos, canela y clavo de olor para preparar el sabroso caldito dulce (jugo de los buñuelos), ¡Mh qué exquisito manjar!... ¡Aunque tampoco haya vajillas de plata para servirlos, ni cucharas (mínimo), de latón pulido con figuritas de Santa Claus, en una mesa decorada con alto y refinado protocolo.
La navidad de los pobres llegará quizá de manera distinta para cada hogar. Diferente a la forma como entra a la casa de los “ricos”, donde sobra de todo y hasta lo tiran otro día en costalitos para la basura. ¡Lo tiran!... porque hay que traer más para festejar el año nuevo.
En fin… veamos amigas queridas, qué curioso es todo esto: mientras que en los hogares humildes no hay chimeneas, no importa, todos se abrazan para generar el calor humano. No hay un menú sofisticado para la cena de navidad, pero esos buñuelitos de la tía consentidora no serán olvidados nunca.
No habrá regalos costosos envueltos en papel brilloso, ni moños de ceramida de fuertes olores a perfume caro, pero habrá un rico y calientito suéter humilde o un par de calcetines que papá y mamá fueron a comprar en el cajón de ofertas de un supermercado, y llevarlos a escondidas al hogar para que sea una linda sorpresa para cada uno.
En los hogares humildes, la navidad cobra otro sentido: ¡El sentido de la vida! Y el verdadero nacimiento cobra amor y razón en el corazón de luz, aderezado con la fe en Dios.
Por lo tanto, amiga lectora: Valora junto con los tuyos, lo que tienes para esta navidad. Recuerda que en este mundo hay miles de niños humildes como Jesús de Nazareth. Ellos tienen hambre, tienen frío, tienen carencias de tantas cosas lindas que a ti te sobran ¡Regálaselas!, para ellos serán de oro, has feliz el corazón de un niño en esta navidad. O has algo mejor: Dona con amor, lo que no te sobra, y seguro el mérito será de doble valor y doblemente recompensado en tu propio corazón de paz, de fe y de abundante dicha y prosperidad.
¡Feliz Navidad; es todo lo que importa!
Doral.
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