¡La buena, la bella y la tonta!
Amigas queridas: Este tema se me antoja un poco cómico, empezando por el titulo que nos han sugerido infinidad de veces, pero como que no cabe mucho en la aceptación de miles de mujeres que sabiéndose nobles y hermosas, tienen que terminar con la etiqueta de “tonta” colgada del cuello.
La vida moderna por supuesto es atrapante en sus múltiples manifestaciones, principalmente si de ejercer los roles femeninos se trata. Y hablar de bondad, inmediatamente se vincula a la mujer en su máximo esplendor.
La mujer por naturaleza es un ser sociable, amable, tierno, justo, entregado y bondadoso. No caben las cosas a medias en la mujer. Ella se da completa, o no se entrega. Entonces, las complicaciones del cotidiano vivir para la mujer, no se hacen esperar, si el día tuviera 50 horas, las estaría rebasando.
Sin embargo, y en honor a la verdad, hemos de señalar que todo ese cúmulo de cosas que vivimos día con día nosotras las mujeres nos convierte en mártires, en heroínas, en “santas con mandil” y sin carril contrario. Corremos a velocidades vertiginosas en los mil y un quehaceres del día sin quejarnos, sin derecho a enfermarnos y sin pedir concesiones ni tregua a nadie.
¿Pero qué pasa cuando a la mujer se le exije todavía aún más? ¡puf…la locura!
Existen casos verdaderamente desesperados en que la mujer llega a sentirse atrapada, hundida, ahogada, asfixiada por el hombre (su compañero principalmente), que no conforme con verla toda despatolada, despabilada, con la lengua casi de fuera y a punto de un infarto al miocardio, encima se muestran absorbentes, mandones, posesivos, exigentes, acosadores y hostigadores sin piedad.
¿De qué te dan ganas mujer? …¡De mandarlos mucho al cuerno!… ¡seguro!
De nada valen las excusas ni los pretextos, de nada sirven las desveladas por mantener la casa en orden cuando todos duermen, preparar la comida para el día siguiente, los uniformes de los chicos, la lista de la despensa, revisar que nada falte. ¡Ah!… y todavía estirar las horas de la noche para depilarnos las piernas, aplicarnos un lindo tinte, sacarnos la ceja, arreglarnos las uñas, preparar la ropa que otro día llevaremos al trabajo, sacar a la calle al gato, darle de comer al loro… ¡Pa’ que se calle! (jajaja), y… ¡uf! Cuando por fin terminamos las faenas, luego no podemos ni conciliar el condenado sueño pensando en todo lo que tenemos que hacer al día siguiente, si hasta parecemos “robotinas” con tremendas ojeras cuando por fin nos amanece.
Y allá vamos, de nuevo a repetir la misma escena para perfeccionar el acto de suprema entrega a los nuestros. La vida de la mujer se convierte entonces, en una escuela de rápido aprendizaje, las vivencias son las cátedras que la mayoría tenemos que enfrentarlas en los tropiezos de enseñanza. Y nos duele: Sí; nos duele cada tropezón ¿cierto?…
Pero lo peor de todo es que… ¡No aprendemos las lecciones!, no bastan ni son suficientes esas lecciones para dejar de ser las “mensas” que lo tienen que hacer todo. Lo hacemos todo de un sólo tajo y hasta nos queremos devorar al mundo de un solo bocado sin siquiera digerirlo, ¿Y así nos quejamos de que no podemos salir de nuestra cárcel de fracasos?
¡Por Dios mujeres! ¿Qué nos está pasando?
Ya llegó la hora de que aprendamos a delegar funciones a quien correspondan. Ya es tiempo de que nos enseñemos a decir: ¡BASTA!, no somos máquinas al servicio del hombre. Somos más fuertes que muchos hombres y eso está bastante demostrado y evidenciado hasta la saciedad en cada corazón de mujer.
Por lo tanto y ya para terminar, sólo me resta decir algo importante: Todo en la vida tiene un límite, y cuando rebasamos ese límite, nos hacemos candidatas para el desequilibrio, candidatas para un hospital psiquiátrico, donde no nos llamarán: “buenas, ni bellas, ni mensas”, sino “Mujeres dignas, amorosas y altruistas con corazón de poetas, que hemos caído en el exceso, o en la locura o en la incordura, por haber dado demasiado”
Juntemos pues los pedazos de nuestro corazón integral, aprendamos a dar calidad en vez de dar cantidad que no satisface a nadie por más que nos fragmentemos en mil usos y mil quehaceres. Y que si todo por servir se acaba, pues que acabemos al menos nuestra vida con el corazón en paz, pero hagámoslo por lo que realmente vale la pena: ¡Nuestra bendita vida, que también es Mujer!
¿Ustedes qué opinan?
Las quiero amigas, y quiero verlas felices y relajadas.
Vuestra amiga siempre.
Doral.
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