¡Jamás dejé de quererte!
“No sé dónde estás, pero quiero que sepas que pienso en ti al escribir esta carta aquí en mi soledad y con ojos de llanto, manos temblorosas y mi corazón doliéndome otra vez en el alma. ¿Cuántas veces me ha dolido el alma desde que se terminó nuestra relación? -no lo sé- ya perdí la cuenta… ¡ha pasado tanto tiempo, pero jamás he dejado de amarte, mi Dios lo sabe tanto como lo sé yo ahora que nuevamente estoy en vísperas de otra navidad sin ti!
¡Te amaba tanto, no entiendo por qué te fuiste! ¿Pero sabes?, En la oscuridad sedante de este cuarto vacío por tu ausencia, en que te escribo esta noche, trato de hacer inventarios con las sombras de tus recuerdos, contando las horas grisis del tiempo desde que no estás, y se acumulan los detalles que ahora tengo guardados en mi corazón para ti, aunque sé que nunca volverás.
He madurado en todo este tiempo, ya no soy la misma mujer que aquel día tú abandonaste. No importa que ni lo sepas ya, lo sé yo y eso me basta… ¡Te sigo queriendo!, me duele la distancia geográfica, me duele el espacio que separó nuestro amor, me duele tu ausencia, me duelen las huellas de tus besos quemándome día a día la piel, me duele cuando te veo en otras figuras humanas que se parecen tanto a ti.
¡Ssstthhh, no digas nada!, estoy loca -ya lo sé- pero mi dolor es mío, a nadie más le duele, ni mi dolor, ni mis sentimientos que llevo muy hondos guardados en el fondo de mi corazón definitivamente para tí, donde nadie los pueda ver, ni descubrir… ¡Jamás!
Mañana será otro día corazón, y quizá seguiré extrañándote y amándote más que nunca, pero no te preocupes todo está y estará bien, las lágrimas me confortan, me alivian y me lavan el alma, me dan fuerzas para seguirte amando en este silencio que a veces es tan tierno, sereno, tranquilo y en paz, como ahora lo es mi amor por ti. Sólo le pido a Dios con todo mi corazón que aunque no te vuelva a ver, ojalá que aquí en mi alma solitaria… ¡No me falte tu amor, jamás! lo pueda conservar intacto, limpio, grande y puro como el mejor de los regalos al desearte una vez más (estés donde estés):
¡Una feliz navidad mi amor!”
La presente carta es un testimonio vivo, de los miles que se viven a diario en el mundo, ¿Cuántas mujeres aman y seguirán amando en silencio a quienes ya se han ido de sus vidas? No tienen ni el más mínimo interés en sustituir con nada ni con nadie de este mundo a ese hombre que ya no está, que ya se fue y que por supuesto ya no volverá.
Viven esas mujeres, ancladas en sus pensamientos y sentires más profundos de absoluta fidelidad por ese alguien que aparentemente ya no existe en sus vidas, pero se aferran a los recuerdos como si fueran reliquias ancestrales sagradas e improfanables que nadie más puede ver ni tocar… ¡jamás!
De cierta manera esos recuerdos obsesivamente enfermizos se convierten en formas mentales fetichistas, capaces de llevar a la mujer a la más grande de las desesperaciones e impotencias que nunca jamás se imaginó llegarían a convertirse en angustias tan dolorosas y profundas al alimentar esos ideales que a su vez se transforman en ídolos de barro psíquico, que cobran vida en el inconsciente y exigen cada vez más energías a la mujer, es una especie de adicción mental.
Por supuesto no es malo amar en la circunstancia de vida que sea, el amor no sabría reaccionar más que con amor porque ES AMOR, pero cuando ese amor se vuelve un capricho enfermizo, y va consumiendo a la mujer lentamente, los trocitos de vida se le van llendo por la corriente y drenaje de su existencia irremediablemente y sin ninguna esperanza de poder recuperarlos.
Salvemonos amigas queridas, de la mujer ahogada… ¡Aunque sea el sombrero!
Mis respetos y cariño siempre,
Doral.
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