Todos estos días anticipados a la recientemente pasada NAVIDAD, han sido días de mucho ajetreo para todas nosotras, algunas con nuestros hijos, esposos, trabajo, amigos, vecinos, la casa, la cena, los adornos multicolores que colocamos en nuestros hogares, los regalos, y los mil detalles para que todo saliera a la perfección. ¡Qué curioso!, algunas mujeres hicimos todo ésto, con muchos sentimientos reprimidos en el alma. Estábamos inmersas en mil quehaceres, con el tiempo encima y seguíamos sintiéndonos solas en el alma, a pesar de estar bien ocupadas y bien acompañadas por los nuestros en el hogar.
Nos preparábamos todas para recibir una navidad de trabajo, esfuerzos constantes y repetidos, sobre todo la última semana pasada, y de alguna manera sabíamos que aunque nos hayamos sentidos solas, no lo íbamos a estar tanto como lo habíamos decretado con anterioridad, pues el mismo cambio de clima y la proximidad de una fecha tan especial como es la Navidad, contribuyeron poderosamente a que hasta la misma atmósfera se transformara en olor a pino fresco, oliera a dátiles, a higos, a duraznos frescos, a manzanas, a membrillo, a tejocotes, a caña de azúcar, a ponche caliente, a calor de hogar y a paz. Todo este ambiente decembrino, quizá nos lo asociamos al olor propio que despiden los momentos de dolor del ayer.
Me refiero a los seres que se han ido para siempre de alguna manera de nuestras vidas, los abuelos, los padres, los hermanos, los hijos, los sobrinos y hasta los grandes amigos y grandes amores que ya no veríamos más en esta tan próxima navidad pasada.
Siempre el ambiente navideño nos envuelve e influye en nuestro estado emocional, las mujeres somos muy sensitivas y muy emocionales aunque lo queramos admitir o no, porque si bien es cierto, cuando no tuvimos la dicha de tener a nuestro lado a las personas que hubiésemos querido tener esa noche, hubo otras que hicieron su papel que les correspondía: los familiares, amigos, vecinos, y hasta la gente de la calle haciendo su alegría con risas, música, algarabía y hasta los niños tronando en las banquetas sus clásicas palomitas, cohetes y petardos de pólvora.
Todo ello y las posadas, las fiestecitas, las visitas y los ruidos que hicieron nuestros vecinos, nos distrajeron un poco de nuestra soledad y nuestro mutismo tan propio al que solemos encerrarnos las mujeres para pensar en lo que más nos interesa. ¡Qué más hubiésemos querido, pasarla completamente felices con los nuestros, sin nada en el alma que nos doliera, o sin ningún recuerdo doloroso en el corazón!
Pero Dios que es tan generoso con sus hijas(os), en esta navidad como en otras navidades de años anteriores, se presenta vivo en el corazón de nuestro hogar, siempre hay algo que nos hará recordar cada navidad de manera distinta: Tal vez una llamada de quien no esperábamos, un regalito inesperado, un detalle de alguien que no estaba incluido en nuestra lista de proyectos para ese día glorioso, la visita de alguien que tampoco esperábamos, un gesto, una canción, una tierna película casera que nos dejó un lindísimo mensaje, una bella carta que nos sacudió el corazón, y hasta algún charrasquillo que amenazó el momento con algún imprevisto accidente como derramar un vaso de sidra o de champagne en nuestra alfombra, o quedarse dormido encima de la ensalada navideña, o que se apagaron las velitas encendidas con el portazo de los niños corriendo por toda la casa, un pedazo de piñata que le cayó encima a uno de los nuestros y que nos causó un ataque de risa, etc.
Tantas cosas que pasaron esta navidad, lograron sacarnos un poquito del rincón intimista de nuestro corazón, nos divertimos viendo felices a los demás, hablando de mil cosas, cenando con voracidad, bailando, cantando, aplaudiendo o viendo vídeos familiares y fotografías que guardábamos celosamente, o simplemente metidas y enfundadas sensualmente en un rico pantalón amplio de pana calientita, abrazadas por nuestra chamarra de peluche o suéter de mangas largas preferido con un rico y espumoso chocolate en un tazón de barro en nuestras manos. (a la usanza de los tiempos de nuestras abuelas ¿recuerdan?)
Las tradiciones familiares en navidad, siempre serán gratas aún que nos sintamos con mil dolores acumulados en el alma. Pero lo más valioso es darnos cuenta amigas queridas, que la misión del NACIMIENTO DE JESUS, se repite incesante cada año también en nuestro corazón de mujer, recordándonos sublímemente que nuestra propia misión de mujer, es dar amor a nuestros seres queridos, dar muchísimo calor del alma a todos los que nos rodean esa noche buena en que definitivamente, nos convertimos todas en: “MARÍAS”, y MADRES, para dar gratuitamente lo más grande, lo más valioso que podemos dar: ¡Nuestro corazón de mujer!
¿Qué dieron ustedes esta navidad amigas queridas?
¿Cómo la pasaron?
Espero sus valiosos comentarios.
Doral.
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