miércoles, 1 de septiembre de 2010

¡Verdades que duelen!




¡Verdades que duelen!

La psicología clínica se encarga de investigar la subjetividad, y sería muy interesante descubrir los elementos que nos aporten nuevas perspectivas de vida, que nos permitan ampliar nuestra visión de las cosas y de las personas que nos rodean en el cotidiano vivir. Conocer el abanico de posibilidades que nos afectan o nos benefician, producto de la inter-relación con nuestras redes sociales: Los padres, los hijos, los hermanos, la pareja, la familia, vecinos, compadres, amigos, conocidos, el trabajo, la escuela, y hasta la gente de la calle que “aparentemente” nada tiene que ver, etc.

En este marco, nos convendría mucho aprender a reflexionar profundamente en las cosas que hacemos y también en las que no hacemos, pero que inconcientemente nos gustaría hacer, sería interesante analizar todo lo que nos está prohibido, “analizar la dimensión de lo prohibido” como diría el padre del psicoanálisis Dr. Sigmund Freud. A nadie le es grato por supuesto viajar al inconciente, la sola idea de hacerlo aterra a cualquiera por su desconocimiento: “No estoy loco para hacer esas cosas”, “eso es cosa de chiflados”, “¿qué te pasa, porqué quieres hacer eso?”, “¿Cómo le voy a ir a contar mis cosas a un extraño?”, “Te van a lavar el cerebro”, etc.

Pero no hay tal, tenemos que informarlo aquí y ahora para aclarar esos mitos y falacias, miren ustedes: Ponerle orden y paz a nuestra vida cualquiera lo puede hacer, eso no es ninguna tontería, ni se trata de ninguna brujería. Conocernos a sí mismos de manera seria, profunda y real, lo puede lograr cualquiera que se lo proponga y no implica necesariamente tener que poner nuestra vida en manos de otros y mucho menos se trata de acudir a solicitar ayuda a las personas menos adecuadas y soltar todita “la sopa” como se estila decir coloquialmente. Por lo tanto, observar, conocer y analizar nuestras conductas, sólo nos exige seriedad y constancia.

¿Pero qué seriedad o constancia puede tener una persona que ni siquiera sabe lo que busca, ni lo que quiere en esta vida?. Se queja de que todo le va mal, de que tiene mala suerte, de que nadie lo comprende ni lo entiende, de que todos abusan de su buena fe, de su confianza, de que es un pobre, un torpe, de que está enfermo, de que le mintieron, lo engañaron, lo robaron, lo violaron, etc., pero nunca se le ha ocurrido buscar las causas de sus males, el origen de sus propias transgresiones. La gente genera reglas y luego se castiga con ellas, por ejemplo: ¿Qué persona no se siente culpable de sus actos desleneables, deshonestos, desleales, inmorales, o como le quieran llamar?, Sin embargo…

¿Qué pasa comúnmente en esas personas?. Pasa que de manera “normal”, guardan sus culpas celosamente, siempre estarán ocultas de la vista de los demás, esas evidencias son como dardos dolorosos que se van al cajón del inconciente y allí permanecen acumulándose con el tiempo, martillando el cerebro y la conciencia del transgresor o delincuente que no puede a veces ni comer, ni vivir, ni dormir a causa de tanto remordimiento: “Es que yo no quería mentirle”, “Es que yo no quería robarle”, “Es que yo no quería engañarle”, “Es que yo no quería pelear”, y en el peor de los casos… “Es que yo no quería matarle”… ¡Pero lo hizo!, y aquí no cuentan excusas ni pretextos, sino resultados.

Ya es hora de que dejemos de lado tantas cosas que para todo el mundo son... “normales” y ya se dieron cuenta de que por ser tan “normales” se nos escapan de nuestra observación, tantos pequeños detalles que nos evitarían muchos dolores de cabeza. Miren esto: En casa por ejemplo, hagámonos una simple pregunta: ¿Porqué todas las casas tienen puertas por dentro? ¡Y con llave de pilón!, si se supone que en una casa habita una familia donde la armonía, la concordia, la confianza, la fe, el respeto y el amor son las bases primigenias para que ésta, funcione como tal. ¿De dónde surgió entonces la costumbre de ponerle puertas por dentro a las casas y hasta de ponerles llave? ¿Quién inventó eso y por qué lo inventó?

Mucho ojo… porque aquí voy a decir algo muy delicado, una verdad que quizá duela, pero me correré el riesgo de someterme a la crítica mordaz si es posible, no hay remedio, tengo que decirlo así:

La casa con puertas adentro y con llave, obedece a miles de razones del inconciente (no muy gratas por cierto), también cuando llegan flores a un hogar donde vive una hija y al padre le da un infarto, obedece a un deseo inconciente. Analizando profundamente eso, se podría pensar en la posibilidad, (no realidad), de que allí hay mucho que encontrar y es el psicoanálisis quien se encarga de sacar la verdad a flote, con el ánimo de que la persona reconozca que infringió una ley, (su ley de la moralidad y buen juicio) pero quiere curarse de su culpa (limpiar su culpa), ya que efectivamente reconoció que la perspectiva edípica y los deseos de incesto, son factores que no sólo podrían manifestarse en menores sino también en adultos de ambos géneros.

Hay lógica en todo esto si nos ponemos a pensar cómo se podrían dar las cosas dentro del hogar: Por ejemplo, la hija que está en su cuarto, vestida con ropas menores, o un short muy cortito, ella está acostada despreocupadamente en su cama con las piernas abiertas o en alto, pasa el hermano o el papá y ella grita: “Cierra la p…inche puerta carajo!... Amén si fuera todo lo contrario y fuese la hija quien entra o pasa por la recámara de los padres y los ve haciendo el amor. ¿Se imaginan qué clase de pensamientos o sentimientos podrían atravesar por su mente en ese momento?

No es extraño por lo tanto que a la psicoterapia, lo único que le interesa es llegar al fondo de la verdad, confrontar la verdad, trabajar con la verdad, aunque ésta a veces resulte muy dolorosa, pero es peor cargar con un costal de papas (culpas), el resto de la vida o caer en males peores, ya que una cosa lleva a otra, es como cuando de la cima de una montaña se desprende una bola de nieve, ésta arrastra todo lo que encuentra a su paso en su caída, pero cuando llega al fondo del barranco ¡Se estrella ella sola irremediablemente!. Nosotros podemos detener nuestra propia caída, aún estamos a tiempo.

Hay muchas formas de pagar nuestras culpas, con dolor, con sufrimiento, con nerviosismo, con preocupación, con insomnio, etc., pero lo que es peor… la mayoría de las personas pagamos nuestras culpas somatizando nuestras penas, pero de eso platicaremos en una próxima ocasión. ¿Les parece?

Con mis respetos y cariño siempre,
Doral.

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