¡La mujer, una escalera al cielo!
Ella caminaba solitaria por la vida, vestida de blanco en su alma inmortal. Por mucho tiempo abrazó sus sueños, otros muchos años acarició la esperanza de encontrarse con el verdadero amor y otras muchas épocas, se dedicó a sembrar caminos con pétalos de rosas, dejando en cada pétalo un suspiro aromático de su corazón de mujer, como pretendiendo anticipadamente perfumar los pies que le pisaran. Una bella forma de amar al prójimo que pagaba con moneda negra sus servicios nobles.
Ella ríe cuando desea llorar, calla cuando desea gritar, cede cuando desea ignorar... no hay espacios en su alma para albergar odios ni resentimientos, sino amor, misericordia y perdón, se ha hecho experta en poner la otra mejilla ¿qué importa si las bofetadas son de quien vienen, y las palabras tienen solamente el valor que ella quiera asignarles?
Pasado y presente se conjugan en un sólo verbo aquí y ahora, el sístole y diástole de una historia de amores y desamores, el alfa y omega de un sentimiento heraldo, el ying yang hidalgo de un camino, la forma etérea del amor sin tiempo que resulta irremplazable para el alma inmortal. El amor de un ángel que vive y habita en un cuerpo físico aquí en la tierra... Ella se llama: ¡Mujer!
Las fuerzas primitivas y elementales de la naturaleza se manifiestan en ella (la mujer), porque ha aprendido a gestar, a parir, a dar la luz sin pedir nada a cambio. Su destino es la belleza, el equilibrio, la armonía... ¡Su precio es el amor!
A ella no le hace falta nada porque lo tiene todo en su esperanza, ¿Qué clase de sacrificio pudiera ocurrirle que no conozca ya con el sólo hecho de haber nacido mujer? Y en su sonrisa... ¡La máxima expresión de Dios!
¿Quién mejor que la mujer para encarnar a la creación divina?, transformadora de lágrimas en frescas gotas de rocío, transmutadora de amargura, en dulzura infinita, que convierte en suaves pétalos de rosas, las crueles espinas que tanto hieren, que cambia la hiel por dulce miel y se vierte en cálido susurro modificando la voz de la soberbia, en humildad, la firmeza del orgullo malentendido y la traición del humano, por amor la transforma en perdón.
Alguien me preguntaba ayer: ¿Existen ángeles en la tierra?, aquí le dejo la respuesta.
Con mis respetos y cariño siempre,
Doral.
Ella ríe cuando desea llorar, calla cuando desea gritar, cede cuando desea ignorar... no hay espacios en su alma para albergar odios ni resentimientos, sino amor, misericordia y perdón, se ha hecho experta en poner la otra mejilla ¿qué importa si las bofetadas son de quien vienen, y las palabras tienen solamente el valor que ella quiera asignarles?
Pasado y presente se conjugan en un sólo verbo aquí y ahora, el sístole y diástole de una historia de amores y desamores, el alfa y omega de un sentimiento heraldo, el ying yang hidalgo de un camino, la forma etérea del amor sin tiempo que resulta irremplazable para el alma inmortal. El amor de un ángel que vive y habita en un cuerpo físico aquí en la tierra... Ella se llama: ¡Mujer!
Las fuerzas primitivas y elementales de la naturaleza se manifiestan en ella (la mujer), porque ha aprendido a gestar, a parir, a dar la luz sin pedir nada a cambio. Su destino es la belleza, el equilibrio, la armonía... ¡Su precio es el amor!
A ella no le hace falta nada porque lo tiene todo en su esperanza, ¿Qué clase de sacrificio pudiera ocurrirle que no conozca ya con el sólo hecho de haber nacido mujer? Y en su sonrisa... ¡La máxima expresión de Dios!
¿Quién mejor que la mujer para encarnar a la creación divina?, transformadora de lágrimas en frescas gotas de rocío, transmutadora de amargura, en dulzura infinita, que convierte en suaves pétalos de rosas, las crueles espinas que tanto hieren, que cambia la hiel por dulce miel y se vierte en cálido susurro modificando la voz de la soberbia, en humildad, la firmeza del orgullo malentendido y la traición del humano, por amor la transforma en perdón.
Alguien me preguntaba ayer: ¿Existen ángeles en la tierra?, aquí le dejo la respuesta.
Con mis respetos y cariño siempre,
Doral.
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