martes, 14 de septiembre de 2010

Aprendiendo a superar el duelo.



Aprendiendo a superar el duelo.


Amigas queridas, quizá derivado de este tema, les habrá surgido del alma muchas inquietudes en el trayecto de vuestras vidas, pues cada etapa trae consigo una brega, una buena dosis de trabas y pasajes no muy gratos en el lento aprendizaje del cotidiano vivir.

Cuando nacimos, desgraciadamente no traíamos bajo el brazo un manual sobre cómo vivir la vida, ni nunca nadie nos enseñó el verdadero precio que hay que pagar por ser mujer, la aridez que se siente en el corazón cuando no hay aliento, ni a nuestro lado una persona que te pase su mano por la espalda cariñosamente y te diga: "Ya mujer, tranquila, ya pasará el dolor que ahora tú sientes"... ¡Vívelo intensamente, pero déjalo ir!

Y es verdad, todo pasa en esta vida: Pasan los años, las estaciones, las lunas, los amaneceres y puestas del sol... ¡Pasa la vida misma, y hasta nosotros!, nada es para siempre, y sólo es eterno el aliento cósmico de la luz en la inmortalidad, aquello que está fuera del tiempo, fuera de nuestra atmósfera, fuera de nuestro alcance mental, más allá del azul del cielo, más allá de la aurora, más allá del arrullo del mar... ¡Más allá de las estrellas!

Pero para aprender a vivir el cielo como si fuera en la tierra, se necesita una buena dosis de valor, de entereza, de fe y madurez. No es posible clavarse, anclarse o engancharse con el dolor que produce una ruptura sentimental por ejemplo, el abandono de la pareja, o la pérdida de un ser querido que ha entrado en reposo.

Los duelos prolongados causan estragos en el sistema inmunológico de las personas que somatizan sus penas. Ante un evento doloroso, la tristeza invade el pensamiento, el ánimo decae, se psicotiza el cortex cerebral y el sistema límbico, estos dos últimos sistemas tienen una función muy importante en la vida emocional de las personas y está asociado con la dopamina que es el neurotransmisor encargado de regular la presión arterial. Cuando hay dolor y sufrimiento, baja la producción de dopamina, se inhibe la producción de adrenalina y de la noradrenalina, el sistema motor se vuelve torpe, con movimientos muy pobres, las personas no tienen ganas de hacer nada, es una especie de agente sedante para el cuerpo que sólo atiende a darle reinda suelta a sus lágrimas y autocompasión, se psicotiza de cierta manera.

Muchas mujeres se sienten morir ante una pena, se sienten atrapadas como un cordero en el cepo de la vida, o enclaustradas en un callejón sin salida, cansadas de llorar y el consuelo no les llega, debastadas por su propio desaliento, hasta que por obra de la misericordia divina, por allá desde el fondo de su ser, les empiezan a surgir las preguntas : ¿Cómo puedo acabar con este dolor? ¿Cómo puedo superar mi sufrimiento?, ¿Cómo puedo superar mi duelo? y en honor a la verdad, debo comunicarles a ustedes, que justo, y precisamente en ese momento auto-reflexivo, ya dieron el paso más importante hacia la recuperación.

Una persona que está sufriendo lo indecible, que llora, patalea, grita y se desespera hasta el grado de las lágrimas, en el trayecto de una pena, pero que no está dispuesta a aceptar su realidad, ni a tomar las cosas como son sin mezclar sentimentos, seguirá sufriendo irremediablemente hasta que se decida a entender y comprenda que todo lo que tenemos en esta vida es prestado por un tiempo: Los padres, los hermanos, la pareja, los hijos, la familia, los amigos, el hogar, el trabajo, etc., todo... absolutamente todo es prestado por un corto tiempo.

Cuando llegamos a este mundo no traíamos ni un triste alfiler, y cuando nos toque partir, tampoco nos llevaremos nada, eso lo sabemos ¿verdad?, ¡Pero qué difícil es entenderlo! y entonces si lo sabemos pero no queremos entenderlo ni aceptarlo, pues es lógico que seguiremos de duelo con cualquier pretexto diario: Que se me quebró mi jarrón favorito, que se me murió mi gato, que se me casó mi hermano, que mi mejor amiga se fue a vivir lejos, que me dejó mi novio, que me abandonó mi esposo, que se acabaron mis mejores zapatos, que tuve que vender mi casa, que llegó el momento de jubilarme, etc., amén cuando muere un ser querido y allí sí, tenemos la necesidad de hacer de tripas corazón, para no morir de verdad en la pena.

Igual como les sucede a las madres que pierden a sus hijos, que viven adorando sus recuerdos, que siguen planchándoles su ropa como si un día fueran a volver y hasta siguen platicando con ellos cuando están a solas. Realmente el dolor extremo produce delirios, alucinaciones y pérdida de la razón. Es por eso que no es extraño encontrar personas que ante una pérdida, no saben cómo enfrentar su duelo y prefieren escaparse por la puerta falsa que es la locura temporal, es su manera de rebelarse por lo sucedido y no quieren salir de su mutismo porque así se sienten bien, pero cuando se asoman apenas a la realidad algunas personas sienten desgarrarse hasta las entrañas.

Conocimos un caso doloroso de una mujer de aproximadamente 40 años al que se le murió su único hijito. La pobre señora lloraba de día y de noche, no comía, no dormía, no quería consuelos de nada ni de nadie, hablaba como una loca con el bebé fallecido, lo acariciaba entre sus brazos, estrujando con ansiedad su almohada, y cuando el psicólogo que la atendió (a petición de su familia), le preguntó: "Juanita, escúchame Juanita, dime dónde está tu hijo", ella sonreía en medio de un mar de lágrimas para responder: "En el cielo, con los ángeles de Dios", pero el psicólogo hábil volvía a preguntar: "Veamos Juanita, tú quieres mucho a tu hijo, ¿cierto?", -Sí, ¡mucho!- respondió la pobre loca enajenada. "Entonces si tú quieres mucho a tu hijo, piensa Juanita, vamos... razona y contéstame dónde está tu hijo". Y fue allí donde una mente a punto de extraviarse, aterriza en la realidad y poniéndose las dos manos en su corazón respondió: "Aquí doctor, aquí está mi hijo, vivo por siempre en mi corazón, aunque se haya ido"

Amigas lectoras, ¿Ustedes saben porqué Juanita estuvo a punto de extraviarse en el bosque de su vida?. Seguramente ustedes que me leen responderán: "Ah, pues Juanita lloraba porque le dolió mucho la muerte de su hijo y porque ya nunca lo iba a volver a tener ni a ver".

¡Suena lógico! ¿cierto?... ¡Pues no amigas!,

Lamento decirles que Juanita no lloraba en el fondo por la muerte de su hijo, sino por ella misma, porque no podía soportar el hecho de que su hijo se hubiese ido y la hubiese dejado, la hubiese abandonado para partir, con los ángeles, con Dios, o al Cielo o a donde sea, pero el caso es que el chiquito se le fue, y ella se quedó, no podía acompañarlo, pero tampoco soportaba la idea de quedarse sin él, sin su presencia amada, sin su risa, sin su calor, sin sus palabras tiernas diciéndole: "mamita te quiero mucho". Juanita tuvo que entender que el duelo es un proceso natural que para superarlo es indispensable vivirlo, ella tuvo que aceptar que es el apego a lo que más amamos lo que nos causa mayores sufrimientos, y que posponer lo que tenemos el deber de hacer, es lo que más nos acarrea estrés, angustia, dolor y sufrimiento.

Por lo tanto, el duelo se transforma en depresión y aprender a superarlo, es cuestión de actitud amigas queridas, no hay métodos precisos para curarlo. Si sufrimos la pérdida de un ser querido, la sociedad nos dice "No llores, todo marchará bien", "Déjalo ir, ahora está mejor", "Fue la voluntad del creador", "A él no le gustaría verte así", etc. Sin embargo, todas estas son frases que en nada consuelan ni sirven para nada.

Cuando reprimimos el llanto, lo que logramos es acumular ese sentimiento y resentimiento de pérdida, podemos llegar a acumular tanto enojo, tanto sufrimiento, tanto coraje, que entonces nos deprimimos seriamente. Entonces el único camino para superar un duelo, cualquier duelo, que puede ser la muerte de un ser muy querido, puede ser un divorcio, puede ser la pérdida de un empleo, un amigo, una relación, etc... es vivirlo, sentir el sufrimiento, sentir el llanto, dejar salir todo el enojo, la frustración de perder aquello que queríamos tanto. Y por supuesto, si esto se hace en compañía de alguien es mucho mejor. La duración del duelo depende de cada persona y de cada circunstancia, tiempo, espacio, lugar, etc... En general, se considera que sólo cuando el duelo dura más allá de seis meses, es cuando se puede requerir asistencia terapeútica.

Si deseas mayor información sobre este tema, o tienes alguna experiencia que compartirnos, no dudes en escribirnos, tus comentarios serán bien recibidos y responderemos a la mayor brevedad posible.

Con mis respetos y cariño siempre,
Doral.

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